29 abril 2011

Lecciones aprendidas

                                                                                                                                                                            


He hecho mucho daño a los que más quería y a quienes más me querían, he sido rabiosa, prepotente, déspota y mezquina, con tanta ira acumulada que terminé por destruirme a mi misma y todo lo bueno que me rodeaba. Me levanté un muro de hormigón con un bonito escaparate de alegría para el resto, me negué a sentir dolor, negándome también a sentir las cosas buenas, hasta que me ahogué en mi propia bilis y no tuve más remedio que admitir que era una persona desgraciada, vacía y absurda. Fue entonces cuando tuve que aprender a olvidar la persona que había sido para construir otra con la que de verdad me sintiera bien, me tropecé mil veces, me rendí otras mil, y también encontré fuerzas donde no sabía ni que las tenía, luché por mí, por sentirme bien conmigo misma y lo conseguí.



Por el camino he aprendido muchas lecciones, entre otras las cinco que aquí dejo, pero la más importante es que este no es el final de mi lucha, siempre habrá algo nuevo que vivir, algo por lo que merezca la pena luchar y reaprender lo aprendido. Y siempre habrá algo que duela y que me enseñe una nueva lección.





Lección número uno: Vivir es luchar. Cuando era pequeña siempre llevaba las rodillas llenas de mercromina, y estaba llena de moratones, pero siempre volvía a correr, a saltar, a montar en bici.. Cuando fui más mayor, las heridas no eran tan obvias, pero quizá dolían más y con el tiempo aprendí que no se pueden evitar, que vivir es caer, es levantarse, es luchar por seguir en pie. Y que de nada sirve mirar hacia otro lado, porque aunque te empeñes en no ver la herida, duele, sangra y con el tiempo, si no la curas bien se infecta y duele más.



Lección número dos: No venimos a este mundo a sufrir, si no a aprender y que también podemos desaprender lo que aprendimos mal y volver a aprender algo mejor; que cuando una fórmula no resulta, siempre se puede empezar de cero y construir una nueva y que si esa tampoco es la adecuada, podremos comenzar una y mil veces, porque no importa las veces que te equivoques, si no que sigas intentándolo.



Lección número tres: De niños nos curan las heridas, pero a medida que se crece hay que comenzar a curarse sólo. Nuestros agujeros del alma sólo podemos curarlos nosotros mismos, con nuestra fuerza de voluntad y nuestro trabajo, siendo humildes para reconocer que nos tropezamos y caemos, admitiendo que duele, pero buscando salidas cuando esté en nuestra mano, para seguir adelante lo mejor posible.



Lección número cuatro: No estamos solos. Aunque el trabajo de cura sea personal, eso no quiere decir que tengas que pasarlo a solas. Habla con alguien cercano, pide consejo, desahógate, busca un hombro amigo; porque unas lágrimas, unas palabras de consuelo, un consejo, un silencio de comprensión o una regañina con cariño, siempre pueden ayudar a ver las cosas desde otro punto y darte ideas de cómo enfrentarte a tus problemas.



Lección número cinco: No siempre será fácil. A veces te faltarán fuerzas, otras no encontrarás el camino, otras elegirás el camino equivocado y tendrás que rectificar, otras serán dolorosas y tristes. Pero si te quedas a medio camino, si no luchas hasta el final porque es frustrante no conseguir un resultado eficaz a la primera, nunca sabrás si podrías haber sido un poquito más feliz y será difícil que estés en paz contigo mismo, lo que provocará un estado de insatisfacción, desasosiego, rabia, e incluso a veces odio, que sin querer iras derramando sobre los que te rodean.



Yo, mientras me quede un latido en el corazón, tendré un motivo para luchar por mi y por los que quiero, ahí encontré mi fuerza motora: en las personas que quiero.